viernes, 24 de abril de 2009

Cruz de asfalto


He llegado a casa. No puedo siquiera pronunciar una palabra. Mi madre y mi hermana conversan en la cocina mientras toman café. Me miran algo sorprendidas. Me pregunto cómo luzco en medio de la desesperación. Solo atino a subir presuroso las escaleras, entrar a mi habitación y sentarme en la cama. Mis rodillas se empecinan en golpearse una contra otra por el temblor que recorre mi cuerpo.

Siento mi rostro empapado en sudor frío. Si alguien ahora mismo tocara la puerta de mi cuarto preguntándome cómo estoy, seguramente anudaría totalmente mi garganta; sin embargo, nadie ha subido. Tal vez piensan que no ha de ser importante. Esta vez no es así. Me atormenta el rostro de una niña que desaparece violentamente tras el golpe de mi auto. ¡La he matado!, pienso, mientras clavo mis uñas a mis sienes. Recuerdo que no he dejado mi auto en el garaje. Algún vecino podría ver las marcas que dejó el cuerpo de la niña en el chasis. ¡He matado!, vuelve a torturarme esa imagen que se repite en mi retina, ¡he dejado morirse a esa niña en medio de la pista!.

Decido ir por el auto. Nadie debe verlo. Debo limpiar las manchas de sangre. Me dispongo a pararme pero mis piernas están débiles, como si fueran dos tirones de seda.

Me derrumbo en mi cama. Esto no está pasando, me trato de convencer. He matado a una niña, esta vez lo digo y empiezo a llorar. Es un llanto mudo y doloroso.
De pronto, alguien toca la puerta de mi habitación. No puedo abrir ahora. Aunque debo recoger el auto. Y si abro la puerta, ¿qué les diré?. Puedo decirles que un perro cruzó la calle repentinamente. ¿Estaba la niña sola?.Tocan la puerta. Yo no vi a nadie. La calle estaba desolada. Aunque alguien pudo ver desde una esquina lo que pasó y logró anotar el número de mi placa. ¡Tal vez no murió!. Siguen tocando la puerta con más insistencia. Debo decir algo pero no sé me ocurre nada. Cada vez más fuerte. Alguien acaba de cerrar la puerta de entrada de la casa. Me asomo por la ventana. ¡Mi hermana y mi mamá salen de la casa!. Entonces ¿quién toca mi puerta con más fuerza cada vez?.
Veo brillar el barniz de la puerta con la violencia de cada golpe ensordecedor. No voy a abrir. Presiono mi cuerpo contra la puerta. ¡No voy a abrir!. De repente el silencio invade mi habitación, la casa, la calle parece también haberse silenciado por completo.
Del otro lado de la puerta estalla un llanto agudo y desgarrador. Es el llanto de una niña que grita mi nombre.

Escrito por Saúl Cieza M.

1 comentario:

  1. Caramba, excelente, una descripción certera del trabajo de la conciencia. Realmente muy bueno.

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