viernes, 24 de abril de 2009

Paren las industrias


Pensé que lo había olvidado: Fui obrero en una fábrica en Estados Unidos.
Era mi primer día y, para mí, lucía como una prisión, un destino forzado que contrastaba con tantas películas de Hollywood. What’s your name?, Luis, respondí. Ok, follow me. Seguí al extraño instructor que me mostraba la planta de reparación de turbinas de avión. Durante el recorrido de la fábrica veía a obreros que vestían camisas celestes y pantalones azules martillando unos latones. El instructor me dijo que se llamaban Aicraft Chambers (cámaras que componen parte de la turbina de un avión). Mmm, interesante, pensé.
A cada obrero lo acompañaba una caja de herramientas y una lámpara para el turno nocturno. Era todo tan uniformizado y diabólicamente calculado, que parecía ver el mismo obrero repetido 20 veces. Well, basically, Luis, your job is to fix those chambers, me dijo mi carismático instructor quien luego señaló a un obrero que llamó con un grito: ¡Vicente! ¡Come over here! Y Vicente ligero acudió al llamado. El instructor tomó del hombro a Vicente y luego dio la primera directiva: He’ll teach you how to clean the old chambers. That’s the first part of the process. ¿el proceso?¿de qué se trata todo esto? Pensaba amargo. Lo menos que quería era agradecer la recomendación de mi tío por esta chambita (qué ingratitud de mi parte) pero me sentía así mientras percibía el polvo metálico del lugar y el calor de los cuartos de soldadura.

El instructor se despidió, See you, Luis, welcome to Aircraft Technologies, Thank you sir, respondí. Desapareció entre las oficinas y no lo volví a ver hasta después de un mes. El cubano Vicente era ahora mi maestro en las artes de la repación de cámaras de turbinas de avión. Aprendí mucho. En tres meses ya había aprendido a dejar una turbina deformada por el calor, como una reluciente pieza nueva. Sin darme cuenta, me había convertido en uno de esos obreros “en serie”. Mi lámpara, mi caja de herramientas, mi martillo…Me pasaba ocho horas al día martillando; pareciera una absurda labor, pero sin ella muchos vuelos se habrían cancelado y lo más importante, no habría pagado mi curso de Diseño Gráfico. Remember guys, you must do your job right, lives depend on us, decía el gerente dignificando nuestra labor y estimulando nuestro esfuerzo: martille, martille y martille.

Al quinto mes, llegaron los dueños de la empresa. Nos reunieron a los obreros en el parqueo de la fábrica y, sobre un estrado, el Presidente del Directorio dijo, o al menos eso fue lo que entendí: Unfortunately, there will be no over time for any employee during this semester. Alfredo y Gonzalo, dos obreros en sus cincuentas se habían acercado a mí para efectos de traducción. Su entendimiento del Inglés era casi nulo. La noticia para mí no era grave, finalmente yo salía disparado al culminar mi horario; sin embargo, para ellos, con hijos y esposa, las horas extras no eran un lujo sino una necesidad. Traduje lo dicho y el boricua y el cubano al unísono exclamaron: ¡Coño!. El discurso continuó y se hablo de la poca demanda de tal o cual turbina, que los insumos están caros, que no habría aumento de sueldo, etc… Después de un mes dejé la fábrica para dedicar más tiempo al estudio y trabajar solamente medio tiempo. Luego volví a Lima y miles de cosas y deberes, alejaron de mi mente esos meses “proletarios”, ahora tan valiosos. Toda una experiencia. Hace 10 meses regresé a Fort Laudardale. Visité a mis amigos y parientes. Una tarde tomé prestado el auto de mi primo y decidí visitar la fábrica después de cinco años ¿estarían algunos amigos?¿se acordarían del peruano?.
El edificio permanecía impecable, sus oficinas lucían elegantes como siempre, pero la planta de reparación había sido desmontada. Me informaron que el trabajo que hacíamos lo realizaban ahora obreros en Medellín, Colombia. ¿Qué será de Vicente, de Gonzalo, de los obreros repetidos?, Y sus familias ¿de qué viven ahora? ¡Cómo cambia la vida en cinco años!

Wake up! The American dream is over

Escrito por : Saú Cieza M.

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